El mundo se detuvo, pero siguió reciclando

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El estado de alarma encerró a la mayor parte de la sociedad en sus casas y solo quedaron al pie del cañón las y los trabajadores esenciales. Entre ellas/os, quienes recogen, transportan y clasifican residuos para darles una nueva vida.

«Ahora, al menos, empieza a verse algo de vida. Pero hasta hace nada era triste, muy triste, verlo todo tan vacío». Mario Lojo López habla mientras conduce por la zona del Barbanza uno de los camiones propiedad de Coregal. Nos dirigimos a las afueras de la localidad, a la eco-planta de selección del Polígono de Espiñeira. Son las diez de la mañana y hay un tráfico inusitado. El escenario es muy diferente al de las calles desiertas de hace unas pocas semanas, más propio de una película apocalíptica. Él lo conoció muy bien, porque no ha dejado de hacer este trayecto desde el mismo día en que se decretó el estado de alarma por la pandemia de la COVID-19 y prácticamente la totalidad país se confinó en sus casas.

Estamos a mediados de enero de 2021, a pocos meses, esperamos, del ansiado fin de la pandemia. Mario Lojo es una de las personas encargadas de la eco-planta. O, dicho de otra forma: una suerte de director de orquesta del que dependen más de 12 conductoras/es que salen cada día, en camiones de todos los tamaños, a recoger lo que cientos de personas del Barbanza dejan en los contenedores. En la mayoría de los casos, cartones o papeles, que terminarán en una planta de selección y se transformarán de nuevo en objetos necesarios. «Todo. No dejamos ni un solo cubo o contenedor sin recoger. Ni un callejón sin recorrer. Cada día», explica, mientras gira el volante hacia una circunvalación que nos llevará a su lugar de trabajo.

Absolutamente nada puede desafinar o salirse del compás en esta pieza descomunal: cada camión recoge, cada día, un determinado tipo de residuo y, los de cartón, llegan fácilmente a las tres toneladas por ruta. «Antes de todo esto, casi no podíamos ni pasar por algunas calles. Pero durante marzo y abril del 2020, no había ni un alma», explica Mario, sin despegar la mirada de la pantalla de su teléfono móvil. Cada camión lleva un GPS, y él controla en cada momento, a través de una aplicación, por dónde circulan y cada posible incidencia, como una avería que le obliga a rehacer el plan de ruta en tiempo récord.

 

Mario Lojo: «No dejamos

ni un solo cubo o contenedor

sin recoger. Ni un

callejón sin recorrer.»

 

Son 12 las personas conductoras que trabajan en turnos de mañana y de tarde. La cantidad de residuos para reciclar, aumentó respecto a los días de antes del estado de alarma. «La gente en casa ha seguido reciclando», cuenta Mario, y bromea: «No olvidemos que sacar la basura e ir a los contenedores de reciclaje era de lo poco que nos permitían hacer durante el confinamiento, y para muchos era la excusa perfecta para airearse un poco».

Llegamos a la eco-planta de selección del Polígono da Espiñeira. Andamos hasta el edificio por un aparcamiento repleto de camiones listos para zarpar. Reina la distensión, el buen rollo. Todas las personas trabajadoras de aquí –las consideradas esenciales– han vivido un estado de alarma muy diferente al de la mayoría. No se han confinado ni un solo día, han seguido cumpliendo con su jornada, pero con unas cuantas medidas de seguridad que antes ni siquiera se planteaban. Nada más cruzar el umbral, «se nos da una mascarilla FP2», explica Mario. Un gesto –coger el material protector– que ya han asumido todas y todos en su rutina laboral. También ciertas renuncias, como juntarse en la entrada con los colegas a comer algo, beberse un refresco y contarse qué tal ha ido el día. Han desaparecido las sillas y las mesas, y solo queda una estancia diáfana con una máquina expendedora. «Tenemos que evitar que coincidan muchas personas trabajadoras en un mismo espacio. Por eso, ahora los turnos se han escalonado de cinco a una de la mañana, de cinco y media a una, y de seis a dos».

Las novedades continúan cuando acaban su turno. Cada conductor/a debe limpiarse el calzado, luego se lavan individualmente con gel hidroalcohólico proporcionado por la empresa, y el camión se limpia a fondo al inicio del turno siguiente. «Tenemos que acostumbrarnos a esta nueva realidad porque esta situación aún va a durar un tiempo. De momento, no vamos a rebajar las medidas», concluye Mario.

Seguir trabajando para cuidar el  medio ambiente

Cuando una/o llega a la eco-planta de selección del Polígono de Espiñeira –propiedad de Coregal–, tiene la sensación de estar en Berlín. La fachada de la nave está presidida por una enorme estructura industrial, igual que las que abundan en la capital alemana como iconos de lo cool. La diferencia es que esta no se ha reconvertido en una discoteca de música tecno o en un museo de arte moderno, sino que sigue funcionado a pleno rendimiento para la que fue concebida: la selección de cartón y papel para su reconversión en nuevos productos.

Contrasta con la grandeza de esta hazaña la humildad de Carmen Boo, una de las encargadas de que este eslabón imprescindible del reciclaje no se haya echado a perder durante el confinamiento. En ningún momento se planteó no ir a su puesto de trabajo, como hace desde más de diez años. «Soy una de las personas que trabaja en oficina. Cuando decretaron el confinamiento tuvimos un montón de reuniones, porque algunas personas trabajadoras tenían miedo, otras dudas… Si veían que seguías con ellas, los temores se les iban. Y tengo que decir que, de alguna manera, dentro de la planta, me han confinado», bromea.

Se refiere a su despacho, justo enfrente de las bandas por las que se deslizan todo tipo de envases, que se van separando por otros carriles que se ramifican según el material que los componen, como si fuera la circunvalación a escala que rodea una gran ciudad. Al otro lado están sus compañeras/os que controlan las máquinas, clasifican en los tramos que no están automatizados, conducen de un lado a otro los vehículos de transporte de residuos… Carmen lo tiene todo bajo control en cada momento, aunque no pueda relacionarse físicamente con nadie.

 

Carmen  Boo: «No

podíamos parar, porque no se

podía dejar de reciclar: eso

sería un desastre para el  medio ambiente»

 

«Soy optimista y cuando nos dijeron que éramos de esas/os pocas/os profesionales esenciales que debían seguir haciendo su labor cada día, transmití tranquilidad», recuerda Carmen. «Ya en condiciones normales, por nuestro trabajo, llevamos mucha protección. Entonces íbamos a llevar un poco más. Y luego las medidas habituales, claro: ir al vestuario de manera escalonada, evitar que se junte mucha gente en el mismo sitio… Al principio hubo algo de nerviosismo, pero ahora la confianza es plena: por suerte, en estos meses, no hemos tenido ningún problema de contagio en toda la eco-planta». Pero hay otro motivo, que no tiene que ver con la seguridad, que fue determinante para ella: «No podíamos parar, porque no se podía dejar de reciclar: eso habría sido un desastre para el medioambiente. Por eso es tan importante lo que hacemos», recuerda Carmen. Y los hechos confirmaron sus palabras: «El número de envases que llegaba a la eco-planta aumentó una barbaridad».

 

 

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